En 2011, se lanzó la Tiangong-1, también conocida como "Heavenly Palace". Parte de un ambicioso proyecto científico para convertir a China en una superpotencia espacial, un símbolo político de fuste. Seis años después, la estación espacial, un armatoste de 8,5 toneladas, está fuera de control y aceleró su descenso inevitable hacia la Tierra.
Desde su lanzamiento, la Tiangong-1 se utilizó tanto para misiones tripuladas como no tripuladas. La primera astronauta mujer china, Liu Yang, la visitó en 2012 en uno de los viajes más recordados, pero su etapa gloriosa parece haber quedado atrás. Las estimaciones hoy marcan que la estación espacial caerá a superficie en los próximos meses.
Después de múltiples especulaciones, funcionarios chinos confirmaron la pérdida de control. Desde entonces, la agencia espacial local notificó a la ONU que espera que descienda entre octubre de 2017 y abril de 2018. Sin embargo, en las últimas semanas su caída fue más abrupta debido a que ya se encuentra en una zona más densa de la atmósfera terrestre.
La caída que registró la nave (Space-Track)
"Ahora que su perigeo está por debajo de los 300 km y está en una atmósfera más densa, la tasa de decadencia está aumentando", señaló Jonathan McDowell, astrofísico de la Universidad de Harvard, a The Guardian. Según sus cálculos, su desenlace llegará a fines de este año o comienzos del que viene.
Más allá de que el peligro es remoto, porque gran parte de la nave se quemará en la atmósfera, algunas partes de inclusive 100 kilos pueden chocar contra la superficie. No obstante, desde China ya aseguraron a la Oficina de Asuntos del Espacio Ultraterrestre de las Naciones Unidas que supervisarían cuidadosamente e informarían cuando su caída fuera inminente.
Un cambio en la atmósfera viraría su destino
"Realmente no se pueden manejar estas cosas", remarcó McDowell. "Probablemente no sepamos más allá de seis o siete horas antes cuando va a caer y no saber cuándo va a caer se traduce en no saber dónde va a caer", agregó. Parte de la incertidumbre se debe a que un mínimo cambio en las condiciones atmosféricas podrían empujar su lugar aterrizaje de un continente a otro en cuestión de horas.
Pese al temor, a lo largo de los años, se produjeron numerosos aterrizajes no controlados y ninguno de ellos reportó daños para la población. Por caso, el 7 de febrero de 1991 la ciudad santafesina de Capitán Bermúdez, se vio sacudida con la caída de restos de la estación espacial Salyut, una nave de 20 toneladas que la Unión Soviética había enviado al cosmos.
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